
En este número
- Editorial
- Desde la presidencia
- Noticias de las Asociaciones
- El embrollo de la acreditación. Roberto Pereira
MONOGRÁFICO: La pareja
- Introducción. María José Durán Cuadrado, Ana María Gil Ibáñez
- La terapia de pareja en la práctica clínica: un modelo de diagnóstico e intervención. Carmen Campo
- Intervención psicoanalítica en parejas y evaluación de los resultados. Carles Pérez Testor, Josep A. Castillo, Montserrat Davins Pujols, Berta Aznar Martínez, Psicóloga, Susana Perez Testor, Ines Aramburu, Josep Mercadal, Psicòleg, Manel Salamero Baró,
- Aportaciones a la terapia de pareja: Un abordaje multimodal. Iñigo Ochoa de Alda, Miriam Gallarin y Javier Antón
- La intervención/terapia de pareja como respuesta a las demandas individuales. Miguel Ángel Sánchez López, Blanca Armijo Núñez
- Decir Te quiero, ¿un viaje de vuelta al amor? La reivindicación de un verbo subestimado. Adrián José Hinojosa
Y MÁS...
- Jogos de sorteo u azar: funcionamiento familiar, conjugal e individual dos jogadores. Gabriela J. Fonseca, Diana Cunha y Ana Paula Relvas
- El niño invisible y el espejo mágico. Intervención grupal en esquizofrenia. Javier Bueno Álvarez, José Manuel Higón Sancho Ester Martínez Sapena
HEMEROTECA DE CLÁSICOS
- La terapia de pareja desde una perspectiva de la teoría sistémica. Carlos Sluzki
Editorial
La pareja es una realidad relacional que casi nunca afecta solo a dos. Pensarla en tan reducido territorio es, con frecuencia, una de las fuentes de error y conflicto en que podemos caer, por descuido, y no sólo como terapeutas, sino también como parte implicada en una tal relación. Grabémoslo en dura piedra: la pareja es siempre más de dos.
Es la pareja la punta de lanza de historia que heredamos transgeneracionalmente y suele ser, también, el comienzo de un capítulo que queremos creer que inaugura un tiempo nuevo en esa continuidad fluida en que consiste nuestra vida. En ella confluyen los viejos mapas del mundo que elaboraron las generaciones que nos precedieron, junto con las expectativas de un futuro más pleno y feliz que, sin duda, nos aguarda en alguna parte. Por ella tratamos también a menudo de resolver el nudo gordiano que existe entre la individuación y la pertenencia. La pareja, como forma de organización universal, tiene evidentes ventajas evolutivas para la especie; es, así, el territorio de nuestros anhelos de plenitud existencial, la promesa encarnada de que ya nunca estaremos solos. Nos arraiga en el tiempo y nos lanza en cierta medida a la inmortalidad, pues suele ser el comienzo de un proyecto de familia, de una realidad que necesita del futuro para realizarse.
No es extraño que ese Atlas, sobre cuyos hombros depositamos el orbe entero de nuestras expectativas más secretas, acabe lamentando su dura suerte o quejándose de sobrecarga muscular. Lo verdaderamente extraño sería que ocurriera lo contrario. La pareja, que se formó para la continuidad, tiene siempre los días contados y ningún mandato se le puede aplicar con mayor tino que aquel que invita a renovarse o morir. Lo que nos enamoró al principio acostumbra a ser, pasados los años, origen y causa de la mutua decepción. En el mismo comienzo del amor está ya larvado el desamor La amabas porque era discreta y pudorosa y ahora te quejas de tener que estar arrastrando solo el pesado fardo de la vida en común, porque ella carece de iniciativa. Te enamoró que fuera tan espontáneo y abierto y ahora te abruma estar siempre rodeada por sus amigotes, con la intimidad en estado de sitio o completamente rendida a la invasión de la vida social. Es como si el amor, que fundó la pareja, se hubiera agostado con el paso del tiempo y aquel espacio de felicidad sin límites se hubiera convertido en una estrecha jaula de la que es costoso escapar.
Los terapeutas acostumbramos a ser testigos privilegiados de estos contundentes pasos de baile entre el delirio y la desazón. Como activadores del cambio, sostenemos a la gente para que tome las mejores decisiones posibles sobre su vida, aceptando también que a menudo ni son fáciles ni, por supuesto, indoloras, pero que nadie puede tomarlas por ellos. Cualquier acción humana no puede dejar indiferente a quien la lleva a cabo. Todas despiertan emociones y consolidan creencias.
A día de hoy ya son pocos, afortunadamente, los que sostienen que el amor lo puede todo o que la separación es un fracaso irreparable más que un acontecimiento posible del prolongado ciclo vital que disfrutamos. Vivimos una época que nos empuja a tomar decisiones teniendo más en cuenta nuestras necesidades individuales y careciendo de modelos fuertes que antaño sirvieron para canalizar tales decisiones. Somos gregarios, pero la modernidad nos ha hecho mucho más individualistas que a nuestros abuelos. Así que ahora pensamos que es en este territorio de la pareja donde nos jugamos en parte la felicidad y el pleno desarrollo de nuestras capacidades y logros, que la vida corre en una sola
dirección y que hemos nacido para la dicha y la plenitud, mucho más que para el sacrificio o el sufrimiento. Que acaso serán inevitables, pero no son buscados ni queridos. En esta vocación inalienable de la felicidad encontramos el amor o tropezamos con el desamor. La pareja es, pues, una parte de nuestra circunstancia pero también de nuestro propio destino existencial. Que se siga reflexionando sobre ella así lo pone de manifiesto.
Javier Ortega Allué
Director de Mosaico